Monday, December 19, 2011

Una cita un año después

Tenía cita con el ginecólogo. De esas citas a las que le buscas excusas para no ir: que si parió la perra, que si se rompió una tubería de la vecina anciana de arriba y tuve que ayudarla, incluso llegué a mentirme a mi misma pensando que primero tenía que ir al odontólogo.

Pero llegó el día, no hay más que esperar, tenía que hacerme el chequeo tan poco deseado, nuevamente el momento incómodo. Quitarse la ropa sin ningún tipo de placer, sentir frío, desear que los minutos pasen rápido y que el doctor no me cuente que el día anterior asistió al debut en teatro de su secretaria.

Marqué el número, reservé mi día y mi hora -lo antes posible para salir de eso de una vez-. Mañana a las tres de la tarde.

Desde que me desperté, ocho horas eternas hasta llegar al consultorio. Comí poco durante el día para no traumarme cuando me pesara y medité para disminuir el estrés.

Una cantidad de gente fuera de lo normal esperaba en la puerta. Unas diez mujeres estaban ahí, acorralando a la secretaria del doctor. Canceló todas las citas, fue lo primero que pensé. Pero habían lágrimas, caras de desconcierto. Se le murió una paciente en el quirófano mientras le sacaba algún quiste, fue lo segundo. Se escuchaban frases de lamento: “pobre hombre; nunca me lo imaginé; ¿cómo sucedió?…” Con esto último ya no sabía que pensar, mi imaginación desesperaba en búsqueda de una respuesta. Así que me acerqué lo más que pude y a duras penas logré llegar hasta la mujer.

Como no sabía que decir, ni cómo preguntar que estaba pasando, actué lo más normal posible: “Disculpe, tengo cita a las 3 con el doctor Melrosa”. Deseé haber ido de verdad al odontólogo cuando la mujer me dedicó una mirada parecida a la de mi vecina cuando se le inundó la casa, y me respondió: “El doctor Melrosa sufrió anoche tarde un crimen pasional”, suspiró, hizo una pausa en la que quise reír. ¿Un crimen pasional? ¿Quién habla así?, además, ¿me está hablando en serio?. “El culpable está detenido y su pareja, que se encontraba con él, está en terapia intensiva”. Terminó la secretaria el guión que parecía había repetido varias veces para contarlo en televisión. Seguro ha mejorado, ha pasado más de un año, pensé.

No pregunté más. En mi siguiente cita con el médico nuevo fui yo la que conversó sin parar mientras me examinaba, incluso me ofrecí a asistirlo en el parto de su perra, y me vi tentada a invitarlo al teatro.

Tuesday, December 06, 2011

¡Qué vuelo!



Abrí los ojos, estaba desubicada, no terminaba de entender dónde estaba. La luz que me llagaba era borrosa. Cuando por fin aclaré mi visión y mi mente, recordé que estaba en un avión, pero no sabía a dónde iba, no reconocía la aerolínea, ni la ropa que llevaba puesta, esa camisa a rayas jamás la había visto. Mi compañera de asientos, una anciana de unos 74 años, me miró con una sonrisa tierna como sintiendo compasión de mi cara de desconcierto.

–Buena siesta la que acaba de hacer, ha roncado todo el vuelo.- me dijo al tiempo que se le esfumaba la sonrisa y en su rostro aparecía una cara donde se reconocía un sentimiento de odio. Quería responderle que sentía mucho si no la había dejado dormir, pero en cambio le dije que dejara la envidia y se comprara unos audífonos. No podía controlar mis palabras. Presioné el botón que llama a la aeromoza para pedirle un vaso de agua y preguntarle hacia dónde nos dirigíamos, pero todo lo que salió de mi boca cuando ella se acercó fue: “¿me puede dar una cápsula para detener el tiempo por favor?”. Todo el mundo se giró a mirarme, yo no me escuchaba a mi misma y había gritado la absurda pregunta.

Quise levantarme del asiento para ir al baño, pero no fui capaz de desabrocharme el cinturón de seguridad. Así que me tumbé ahí, vencida, al lado de la vieja que no paraba de quejarse de mi mala educación, con la azafata parada a un lado mirándome sin saber que responder. Respiré, la miré y en vez de decirle que necesitaba ayuda, eructé tan fuerte y largo que el avión vibró, vibró tan fuerte, que me levanté del asiento y fui halada hacia debajo de nuevo gracias a que estaba amarrada. Para cuando volví a la antigua posición sentí como que hubiese golpeado el suelo y desperté.

Efectivamente estaba en un avión y sí sabía a dónde me dirigía. También tenía a una vieja al lado que me miraba con odio y me dijo a penas me vio despierta que debía acudir a un especialista de sueños, pues hablaba dormida. Mi cara de vergüenza la incitó a seguir la conversación para decirme que el tiempo no se detiene hasta que mueres y que para la próxima vez no era buena idea comer chorizos antes de un vuelo tan largo.